Hydra Rosis.
Los 80 años de Carmen no la apabullaban para seguir mandando cartas. Eran pocas, pero las suficientes como para seguir manteniendo aquel ritual de escribir unas letras sobre folios de colores bonitos, meterlo en el sobre y llevarlo a la oficina de correos dando un paseo.
Aquella semana escribía a su hermano pequeño, a su sobrina Carolina y a su prima Ángela. Sobres pastel y folios adornados con petunias. Letra clara y perfecta, a pesar de no haber estudiado todo lo que hubiese deseado.
Carmen había tenido capacidad de sobra, pero no las oportunidades que se tienen ahora. Aprendió a cocinar y coser perfectamente. No deseaba que la frase que su madre le repetía una vez tras otra se cumpliese. «Si lo haces mal, tu marido se verá obligado a zurrarte».
Pero eso nunca pasó, conoció a un buen hombre, que aunque quemase alguna comida o cosiese mal algún botón, nunca le levantó una mano. Una buena persona que en ningún momento le reprochó nada. Sin dudas, un buen compañero, al que echó de menos el día que faltó. Sin embargo…
Jamás lo había amado, sí querido, pero no como se describe al amor. Carmen siguió su paseo, atravesando el parque y mirando a su alrededor, observando que la gente ahora ama a quien quiere, no a quien le mandan que lo haga. A ella no le dejaron, tampoco lo hizo por miedo.
Llegó a la oficina de Correos donde estaba su ya amiga Merche. Carmen apoyó sus cartas, pidiendo sus tres sellos mientras le acompañaba una agradable charla cordial. “Carmen, ¿quiere usted un sello del Pasaje Begoña? Con su compra se visibiliza el colectivo LGTBI
Merche vio su reacción, igual le había ofendido, hay ahora tanta gente que lo hace viendo unos colores que defienden los derechos humanos… Sin embargo, Carmen sonrió, preguntando cuántos sellos de esos le quedaban. Merche revisó, todavía tenía bastantes.
Carmen los compró todos. Fue tan generosa su aportación que Merche le regaló una bandera arcoiris. Era la primera vez que Carmen tocaba una sin miedo, colgándola en el salón de su casa. Desde aquel día, las pocas cartas que aún mandaba, llevaban aquel orgulloso sello del Pasaje Begoña.
Nunca es tarde para mostrar el orgullo, para sentir que aquellos colores la liberaban de la jaula en la que había vivido toda su vida. Carmen lloró cada vez que pegaba uno de aquellos sellos. Gracias a la Asociación Pasaje Begoña y a Correos pudo sentirse ella misma, aunque solo fuese aquella vez.
Hydra Rosis