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La acompañante de los incomprendidos

Sergio Padilla García.

Carmen nació a principios de los años cincuenta. Creció en un barrio de pescadores de Málaga, exactamente en la calle La Serna del Perchel, donde jugaba descalza con los demás niños. Su madre regía una confitería (quizás de ahí su adicción a los pasteles) y su padre era guardia de seguridad en el mercado. Le encantaba pasar las horas junto a las redes de pesca y las bobinas que ya eran inútiles. De sus caminatas desde la Iglesia del Carmen, de donde adoptó su nombre y fue bautizada, hasta el centro de la ciudad, solo se conoce que observaba todo lo que se cruzaba por su camino. Con atención posaba su mirada en el conjunto de personas que se encontraba en su marcha. Especialmente se fijaba en las jóvenes adolescentes que, con ingenio, se escondían en los callejones del barrio para fumar a escondidas de sus padres. Carmen, sin saberlo, ya era rebelde.

Mientras crecía tenía muy claro lo que le depararía el futuro. Con tan solo seis años ya realizaba pequeños viajes a localidades costeras vecinas, especialmente a Torremolinos de donde era originaria su familia materna. Allí disfrutaba de los “baños de septiembre” que le practicaba su madre en la playa de la Carihuela. Contaba los días para que llegase verano ya que le encantaba disfrutar del Carmen Cinema del Perchel, un cine de verano que proyectaba sus películas en uno de los frontales del mercado del barrio. Carmen adoraba la gran pantalla. Especialmente los filmes de los años veinte. Su actriz favorita era Gloria Swanson desde que vio proyectada la película State Struc. De entre la cantidad de cintas que observaba en las tórridas noches de agosto sentada en una silla de enea, fue La gata sobre el tejado de zinc el largometraje que más le marcó. Una jovencísima Elizabeth Taylor en el seductor papel de Maggie y un Paul Newman que enamoró a Carmen en el papel de Brick Pollitt. Fue entonces cuando este actor se consagró como el favorito de Carmen.

Ella no quería ser la típica muchacha tradicional de la época, y nunca lo fue. Pasado el tiempo y cumplidos los trece años abandonó la escuela. Comenzó a trabajar en algunos talleres textiles artesanales y en moda local. Allí llegó a conocer a personas de todo tipo y también a compañeras con propósitos similares a los suyos. Era una joven alegre y relacionarse con toda muestra de gentío hizo de ella una chica con la mente abierta a la par que tolerante. Cada vez que salía de su casa con la ropa que su madre le elegía, con perspicacia, buscaba un bar alejado para cambiarse y ponerse las vestimentas que ella quería llevar, un estilo “descocado” no aceptado por su familia. La típica persona que solía llamar su atención era alguien flamante y con un suntuoso estilo de moda; gente que vivía con esmero su juventud. Soñaba con bailar, beber alcohol y charlar mientras sostenía un cigarro en su mano. Actos que eran duramente criticados por su entorno, y más siendo una jovencita que aún no estaba comprometida.

Con dieciséis años, Carmen ya era toda una mujer. Lucía ropa atrevida, uñas pintadas de negro y un sofisticado, a la par que valiente, corte de pelo francés. Algo rompedor para aquellos años en donde aún el régimen franquista ofrecía sus últimos coletazos.

Con dieciséis años, Carmen ya era toda una mujer. Lucía ropa atrevida, uñas pintadas de negro y un sofisticado, a la par que valiente, corte de pelo francés. Algo rompedor para aquellos años en donde aún el régimen franquista ofrecía sus últimos coletazos. Comenzaba a ser toda una experta en los avatares de los negocios de las firmas de moda. Cada día, tras salir de su puesto de trabajo en el centro de Málaga, frecuentaba los locales más modernos de la ciudad arropada por sus amigos mayores de edad.

Cada fin de semana, seguía refugiándose en su querido Torremolinos para evadirse, la localidad que era sinónimo de libertad para ella. Allí no cesaba de conocer a gente moderna y de todos los estilos, incluso a personalidades de lo más célebre del país. Le encantaba imitar los looks más vanguardistas de las chicas que venían desde otros países a veranear y a hacer turismo en la costa. En algunas ocasiones, Carmen viajaba a Londres y a París para conseguir los mejores productos de moda que su jefa le encargaba.

La mayoría de sus amigos eran homosexuales y sufrían una dura represión y persecución social. Aun así, ella apoyaba de manera impetuosa a los que sentía su verdadera familia. Se identificaba con ellos puesto que ella también fue inusual para muchas personas de su círculo cercano. Era una joven que no tenía pretensión de casarse y tampoco de tener hijos, algo que era duramente criticado por su entorno. Junto a sus amigos se sentía totalmente comprendida. El ambiente de Carmen estaba comprendido por todo tipo de individuos sedientos de autodeterminación. Gente con ganas de vivir una vida plena en todos los ámbitos y con deseos de romper las duras barreras de las imposiciones sociales. En numerosas ocasiones se vio sumergida en situaciones peligrosas por visitar ciertos lugares acompañada por personas “non grata”, debido a sus orientaciones sexuales.

Cuando cumplió diecisiete años, siguió disfrutando de la vida social de todas las formas. Continuaba dedicándose al prestigioso mundo de las firmas de moda y tenía una gran variedad de conocidos. En su tiempo libre alternaba los lugares de encuentro más vanguardistas y sofisticados con los locales torremolinenses más clandestinos y sin licencias. También era habitual poder encontrarse con una jovencísima Carmen en el célebre Pasaje Begoña, lugar donde se instalaron los primeros bares de ambiente homosexual, situado en el centro de la localidad costera. Aquella estrecha callejuela únicamente se hallaba iluminada por el resplandor de los carteles de neón superpuestos en los accesos de los locales. Este vivo colorido hacía sentir a Carmen en el mejor de los paraísos. Se trataba de un espacio repleto de establecimientos que daban cobijo a muchos incomprendidos.

Carmen compartía su tiempo bebiendo gin-tonic, fumando cigarrillos e intercambiando anécdotas con todos sus acompañantes. El Pasaje Begoña era sinónimo para ella de libertad y tolerancia; lo palpaba como su segundo hogar. En la sala La Cueva de Aladino fue testigo de las actitudes más hedonistas y hippies de la época. Las estalactitas que colgaban de sus bajos techos llamaban la atención de todo el que entraba. Carmen se sentía en otro mundo. Torremolinos en aquella época era la viva eclosión de las libertades. Quizás la semilla fue el famoso top less de Gala Dalí en la playa de la Carihuela, allá por 1930. No se conoce el porqué, pero la única realidad es que aquel pueblo era el lugar de acogida donde la gente se sentía libre. Personalidades de la talla de Liz Taylor, Grace Kelly o Ava Gadner optaron por aquel Torremolinos para evadirse. Un emplazamiento que se presentaba exento de pertenecer a un país duramente reprimido por la Dictadura.

La gente nacida allí poseía un don, algo mágico en sus formas de ser, y aceptaron todo aquello con entusiasmo. La fama de aquel pueblo atravesó fronteras. Allí veraneaban personas con un gusto distinguido, quienes a la vez eran deleitadas por la majestuosidad del entorno y sus gentes. Una localidad que en los años cincuenta se convirtió en el principal destino turístico del mundo, algunos la llamaban “La pequeña New York” y Carmen, que siempre acudía allí junto a su amigo Pedro, disfrutó de su encanto hasta enamorarse de cada rincón.

En aquella época, el mundo del rumor rondaba al Pasaje Begoña. Pero todos estos bulos procedían de la gente que jamás lo pisó. Quien verdaderamente conocía aquel lugar, jamás lanzaría una ofensa sobre el mismo. Carmen y los suyos entendían a la perfección lo que aquel sitio representaba. Sabían por qué aquel entorno permanecía inderrumbable desde hace tanto tiempo: por su capacidad de acogida hacia personas de todas las orientaciones sexuales. El pasaje alcanzó tanta fama que todos querían visitar aquella callejuela en forma de L: Luciana Paluzzi, actriz italiana que fue ‘Chica Bond’, John Lennon junto al manager de The Beatles, el actor austríaco Helmut Berger, la sensual Sara Montiel e incluso la célebre Massiel. Bailaban libremente y podían ser ellos mismos. Todo lo que ocurría en el Pasaje Begoña era ilusión de futuro.

Durante todas las noches del verano del setenta, Carmen conoció cantidad de historias, pero, sin duda, a la que más atención prestó es a la de Pia Beck. Carmen escuchó con ahínco a su amigo Pedro cuando le contó el relato de la dueña del bar que lucía su propio nombre en letras rojas. Indudablemente era el cartel de neón del pasaje que más llamaba su atención. Debido a su minoría de edad aún no podía acceder a él. Pía Beck era pianista y vocalista del sexteto de Miller. Actuó en Bélgica, Alemania, Suecia y los Países Bajos. Su primera composición Boogie Pia tuvo un éxito abrumador. Pero sin titubeos, a Carmen lo que más le fascinó fue su papel en la Costa del Sol. Pía llegó a Torremolinos en 1965 junto a su mujer y abrió el bar The blue note. Lo más impactante para Carmen fue el enterarse de unos de los motivos de por qué Pia se instaló en el Pasaje Begoña: abrir un local en donde su hijo homosexual pudiese sentirse libre y disfrutar en un ambiente donde no existían los prejuicios. (Tiempo después Pia llegaría a ser conocida por enfrentarse a la mismísima Anita Bryant, que en aquel entonces ejercía de política y activista en contra de los derechos LGTBI).

Para el Pasaje Begoña todo cambió tras la trágica noche del veinticuatro de junio de 1971, cuando una redada acabó con trescientas personas detenidas. Un ataque contra la libertad sexual en España que acabó con la prosperidad del célebre Pasaje. En aquel tiempo la ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social consideraba delito la homosexualidad y los castigos eran incluso de prisión. Este no fue el único incidente en Torremolinos.

En unos incipientes años setenta, en donde el sentimiento de libertad emergente era duramente reprimido, ir en contra de las imposiciones sociales era todo un atrevimiento. Osadía que a Carmen le encantaba saborear. Sentía estar en éxtasis con su círculo de amigos, quienes disfrutaban cada noche de bailes y risas múltiples. La redada a principios de los años setenta en el Pasaje Begoña supuso para ella una tristeza enorme, se vaticinaba la decadencia de la localidad que para Carmen era su vida. La especulación inmobiliaria y el boom turístico más tarde lo confirmó. Aunque para ella, Torremolinos siempre sería su refugio y se sentía ampliamente orgullosa de haber saboreado los últimos años de un rincón mundial como era el Pasaje Begoña. Lugar que para ella siempre será la meca de la autodeterminación sin precedente alguno y que la marcó sin haber cumplido aún los veinte años de edad.

Bien entrada su juventud y hecha toda una mujer, Carmen continuaba siendo soltera (algo que no tenía empeño en cambiar). No le gustaba la vida convencional: llevaba el pelo teñido con mechas de color morado y seguía vistiendo los más modernos de los conjuntos y vestidos. Pese a medir 1,53 centímetros, sabía explotar su físico. En su armario predominaban los zapatos de tacón de diez centímetros de altura. Sentía perdición por las joyas y los bolsos, y en su mano izquierda siempre lucía un rutilante Rolex.

Avanzados los años setenta, Carmen comenzó a visitar diversos lugares de encuentro. Sitios como Joys, Pedro’s Bar o la conocida sala Bronx. Pero sin duda en donde le encantaba pasar la mayoría del tiempo era en la popular discoteca Tiffany´s. Un lugar exquisito a la par que moderno. La fachada le recordaba a algunos escenarios de una de las películas que vio en el cine de verano: La noche de la iguana. Su logo era especialmente llamativo: una chica en blanco y negro con un exagerado sombrero de bombín. Aquella sala marcó un hito. Contaba con aire acondicionado y piscina en su interior y poseía una enorme jaula con pájaros exóticos que llamaba la atención de sus clientes, que, en gran porcentaje, se trataba de extranjeros que apenas hablaban español. Las formas de vestir que utilizaban sus consumidores eran de lo más vanguardista, los chicos solían llevar media melena, camisas estampadas con tres botones desabrochados y pantalones estrechos con una amplia pata de elefante; las chicas lucían minifaldas, vestidos de lino vaporosos y atrevidos detalles floridos. Un público singular y el retrato de una de las diferentes versiones de Torremolinos, que en su conjunto era la viva representación de la convivencia de lo que años más tarde se extendería al terreno mundial.

Gracias a su perfil de trabajadora nata consiguió comprarse dos viviendas; una de ellas, un apartamento en Torremolinos. Cada noche seguía compartiendo tiempo con sus amistades de siempre, eran asiduos al restaurante Los Pampa en donde saboreaban deliciosas carnes a la brasa acompañadas de los mejores vinos. Sin duda, era el lugar favorito de Carmen para disfrutar de sus cenas.

Llevó esta vida hasta cumplir los cuarenta años, cuando perdió el trabajo debido a la crisis económica vivida en los noventa. Se halló sin empleo en una edad que para ella era complicada. Pese a este hecho, sobrevivió gracias a su astucia y a su gran capacidad como trabajadora. Realizó labores de todo tipo: limpiadora, cocinera y cuidadora de niños. Aunque ya nunca volvería a tener el nivel adquisitivo de antes. En esta época empezó a vivir la decadencia más triste de su vida. Seguía siendo una mujer con mucho garbo, coqueta y aún mantenía su sentido del humor tan característico. Sus amigos seguían con las vidas que llevaban cuando tenían veinte años y pasaban las noches en la discoteca Joy. Poco a poco, Carmen se iba percatando del verdadero drama que existía a su alrededor.

En los años ochenta, el SIDA era una enfermedad solamente asociada a los homosexuales. De hecho en 1982 contó con un nombre completamente diferente: GRIDS (del inglés: Gay-Related Immune Deficiency Syndrome), lo que en español quiere decir: deficiencia inmune relacionada a la homosexualidad. Pero, aunque hacía ya una década que se comprobó que esta enfermedad afectaba a todo el mundo independientemente de su orientación sexual, algunos de sus amigos que la sufrieron seguían sintiendo el rechazo de una sociedad que hacía oídos sordos a este problema.

Para Carmen, supuso la peor de las tristezas ya que veía como una epidemia estigmatizó a sus compañeros de vida. Sentía rabia e impotencia debido a la sensación de abandono que padecían sus amigos por el simple hecho de sufrir esta afección.

Años atrás, tuvo que hacer frente a algunas muertes debido a las adicciones. Pero sin embargo las pérdidas más duras fueron las causadas por esta terrible epidemia de la que incluso a día de hoy se habla tan poco. Ese hecho solo hizo más fuerte a Carmen, que apostó siempre por cuidar hasta el extremo de sus amigos. Los efectos del SIDA eran aberrantes: el deterioro físico de los amigos que lo tuvieron fue terrible.

La última pérdida de uno de sus mejores aliados a causa de esta enfermedad la dejó sumergida en la peor de las depresiones. Sentía impotencia al observar la decadencia de personas que supusieron un icono en el movimiento de los derechos LGTBI. Y sentía que la sociedad los trataba como verdaderos apestados. Gracias a la lucha de estas personas en aquellos años pasados, a día de hoy mujeres y hombres gozan de derechos y libertad, algo de lo que Carmen aún se siente orgullosa.

Después de haber vendido algunos bienes para poder regular su economía, con cincuenta y dos años Carmen se instaló definitivamente en Torremolinos, localidad que sentía como su cuna. Donde siempre luchó, rio y participó de lleno en la vida de sus amigos más cercanos. Un lugar bordado con el hilo de la libertad, en donde las personas de todas las edades gozaban de una mente abierta. Localidad que se vio transformada por el lobo feroz inmobiliario.

En su refugio de Torremolinos con vistas al mar, Carmen recordaba las noches vividas con sus amigos en las calles y, cómo no, en el Pasaje Begoña. Constantemente vivió sola, pero nunca fue solitaria. Pasaba por la vida como siempre había querido, como su corazón le guio. Sus íntimos vivieron una época marcada por ideales políticos y por la estigmatización de una enfermedad que era aún más dolorosa por cómo los trataban que sus propios síntomas. Antes era una persona más de noche que de día. Vivió las historias de amor de sus amistades con las que ella también vibró. Se movió por el borde del desfiladero de la oscuridad pero nunca cayó. Sobrevivió.

A día de hoy, se encuentra consigo misma, pero con una gran familia dentro su corazón. La familia que ella siempre había elegido desde pequeña. Con cariño nunca olvidará a todos aquellos que siempre la entendieron de verdad y ya no están a su lado. Cuando recuerda su juventud solo anhela con sentimiento todo lo vivido y todas las barreras que tuvo que tirar al suelo de la mano de sus compañeros. Carmen encontró la liberación en el rostro de sus amigos homosexuales que marcaron una época. El principio del fin, el principio de la libertad.

Sigue siendo aquella mujer coqueta y con gustos suntuosos. Le encanta hablar con todo tipo de personas, con cada torremolinense ya sea de adopción o de nacimiento. En la mente de Carmen aún resuenan las olas del mar que la bañó de pequeña. Por las mañanas el olor a café se mezcla con el salitre de la playa. El ruido de los recuerdos de una vida exprimida le da aliento. Rompió con las barreras y, a día de hoy, a sus sesenta y ocho años sigue siendo la misma.

Todavía por las calles de Torremolinos se pueden encontrar jóvenes como Carmen. Jóvenes tolerantes que se sienten juzgadas por la sociedad. Jóvenes que apoyan a los derechos y que luchan porque en un futuro no se olvide lo que a nuestros mayores tanto les costó conseguir. Torremolinos sigue manteniendo su esencia de pueblo de casas encaladas en el ambiente. Un pueblo blanco desde donde Carmen vislumbra una nueva generación que sigue disfrutando del albedrío que se respira en la localidad. En donde incluso se detiene por las mañanas en la calle para saludar a Eve Field, la que fue dueña de la discoteca más famosa del lugar y en donde tantas noches pasó: Tiffany´s. Bajo un crisol de culturas, el ambiente de Torremolinos sigue invitando a desinhibirse, a disfrutar de cada noche y a vivir con autodeterminación sin temor a ser juzgado.

En su soledad, el recuerdo imborrable de sus amigos que lucharon por sus derechos le acompañará hasta el final de sus días. Será entonces cuando se vuelva a encontrar con ellos, y volverán a brindar por todo lo que consiguieron. Ahora, desde su sillón escucha Starman, su canción preferida de David Bowie. El saber que existen iniciativas para hacer revivir el Pasaje Begoña hace que se enorgullezca. Imagina que en un futuro no muy lejano su tierra vuelva a tener impacto y sueña con que a todos los participantes de aquella época se les rinda el honor que se merecen. Siempre recordando a aquellas figuras importantes. Siempre en el Torremolinos de su corazón. Siempre; por la libertad.

Para Carmen

Símbolo de fuerza. La resistencia que ejerciste junto a tus compañeros de batallas han servido para que todos y todas vivamos mejor. Por tu lucha para derribar los estigmas, y por tu contribución a una nueva era creada por ti y por los tuyos. Porque la cuna de los derechos aún puede renacer y ser la de antes.

Gracias

Sergio Padilla García