Luis Gresa Pérez.
No hay una palabra que mejor defina al colectivo LGTBI+ que orgullo. Orgullo por lo que son, por lo que sienten, por su visibilidad, por los años de lucha incansable por sus derechos, por su memoria histórica. Orgullo como el que demuestran afiliados y vendedores de la ONCE como Javier, de Sevilla, Irene, de Fuengirola, José, de Conil de la Frontera, o Laura, de Torremolinos, personas que presumen con naturalidad de su identidad sexual y que, en este mes de junio, de celebración del Orgullo, alertan sobre los riesgos de regresión que perciben en la sociedad. Todavía hoy, en la España de 2022, el beso de una pareja de gais o lesbianas suscita miradas que incomodan. Todavía hoy -sostienen- sigue necesario un Orgullo que simbolice el respeto a la diversidad.
Javier Vasco: “La principal barrera fui yo”
Javier Vasco (Sevilla, 1989) se enteró casi con 19 años, que tenía una parálisis cerebral desde que nació. No lo supo hasta que un día oyó a su abuela una conversación con su madre en la que le decía que algún día se lo tendría que contar. Hasta entonces sabía que algún problema había, pero sin nombre y apellidos. “No me ha condicionado la vida, más me he condicionado yo por no aceptarlo, estaba condenado a quedarme en silla de ruedas o en estado vegetal, pero he tenido una vida normal. No soy dependiente, soy independiente. No sé por qué, pero no supe llevarlo -reconoce todavía con un poso de amargura-. Llegué a tener dos siquiatras. Pensé en suicidarme y todo, pero me faltó valor. Y ahí entendí que había tocado fondo”. En cambio, hoy, a sus 32 años, piensa que esa parte que tanto negó de sí mismo ha sido la que ha hecho que hoy pueda hablar con seguridad y orgullo de la persona que es.
A los 17 años ya tenía clara su orientación sexual. Con 16 se enamoró de una niña y fue la única mujer de la que se enamoró en su vida. “Ahí me hice yo un poco de bullying a mí mismo porque fue un poco chocante. Tenía claro que me gustaban los hombres, pero llegó ella y me enamoré de la persona, no físicamente. Pero antes de hacerle infeliz preferí que fuera feliz. Y fue lo mejor que pude hacer porque ella es feliz y yo también”, confiesa.
El Día de Santa Lucía de 2008, al cumplir los 18 años, Javier decidió descubrir su homosexualidad a sus padres. “Lo recuerdo con tanta precisión porque no lo llevaron bien, sobre todo mi madre. Mi padre se llevó unos días sin hablarme y mi madre me decía que me habían lavado el cerebro, de hecho, me fui de mi casa”.
Durante un tiempo, aunque no por vergüenza, ocultó su condición de gay por respeto hacia sus padres, que le pedían que no hablara de su discapacidad ni, mucho menos, de su homosexualidad “para evitar que la gente hable”. “Esta es la primera vez que voy a tener la oportunidad de destaparme y de quitarme cadenas y de decir aquí estoy yo. Este soy yo”, dice sonriente y visiblemente orgulloso.
Para sus padres la homosexualidad fue otra discapacidad más. “En mayúsculas. Me fui a los pocos días”, subraya. “La principal barrera fui yo, que no aceptaba que me gustaran los hombres, fue un palo muy duro -reconoce-. Y luego mis padres, creo que han sido las barreras más grandes que he tenido en mi vida”. Pero pronto, en un mes y medio, asumió lo que había, lo que le gustaba, “esto es lo que hay”, resume. Y ahora, cuando vuelve a casa, no se habla del tema. “No creo que lo acepten con naturalidad a día de hoy”, reconoce. Al menos Javier ha contado siempre con el apoyo incondicional de su hermana.
Cuando entró en la ONCE como vendedor, en 2018, Vasco encontró en su trabajo a su segunda familia. “Aquí he tenido mi orientación sexual por delante, porque ya venía aceptándola, y no he tenido ningún tipo de problemas ni con clientes, ni con compañeros, ni con jefes. Al contrario, he encontrado mi segunda familia, para mí es mi segunda casa por no decir la primera. En la ONCE he encontrado cariño, paz, familia y amigos”.
A su juicio, el Orgullo hay que seguir celebrándolo “porque todavía no está bien visto que una persona pueda agarrar a otra de la mano siendo del mismo sexo. Todavía nos queda mucho por hacer”, sostiene. “El principal motivo que nos queda es respetarnos dentro del colectivo, porque hay mucha falta de respeto entre nosotros mismos, me incluyo también porque nadie es perfecto, pero pienso que si entre nosotros nos respetáramos un poco más, los de afuera nos verían también un poquito mejor. Estamos pidiendo respeto afuera cuando no nos lo estamos faltando desde adentro”.
Saliendo de una discoteca un día, con una corona de princesa puesta, pasó un coche con cuatro o cinco y le gritaron ¡Maricón! Y él les contestó: ¡Con acento! “A partir de que tú lo aceptas quién eres desde afuera no te insulta, no hace daño quien quiere sino quien puede, qué verdad es esa”. Javier, que vende en la Cruz Roja de Capuchinos en la capital andaluza, recomienda a quienes todavía dudan si salir del armario que afronten la situación con determinación. “No siempre es fácil, claro, pero eres quien eres, no hay otra. Las personas que realmente te quieren no necesitan explicaciones y las demás, por más que les expliques nunca van a entender”.
Irene García: “La diversidad enriquece la vida”
A Irene García (Málaga, 1976) en cambio no le supuso ningún esfuerzo hablar de su orientación en casa. No fue, ni necesario. Diplomada en Magisterio, maestra en Educación Física, ha practicado el balonmano desde los 8 años hasta casi los 40. En este tiempo ha sido jugadora profesional, miembro del equipo nacional, entrenadora nacional y presidenta, durante 10 años, de la Asociación de Jugadoras de Balonmano. Una retinosis pigmentaria le apartó del balonmano y le abrió las puertas de la ONCE, primero como coordinadora deportiva en Málaga, y desde 2020 como directora la Agencia de Fuengirola.
En su camino -asegura- no ha encontrado muchas barreras que sortear. “Si es cierto que cuando empiezas a sentir diferente, cuando todo el mundo tiene una orientación estipulada y tú te fijas en las chicas te preguntas “¿Esto cómo me está pasando a mí?”. A nivel personal tienes un cúmulo de sensaciones hasta que te das cuenta de que esto es lo que siento y no voy a ser infeliz”.
Es la cuarta hermana de cinco y en su casa -dice orgullosa-, todo transcurrió siempre con mucha naturalidad. “Nunca lo he dicho, no me gustan las etiquetas, soy Irene, tengo una formación, una orientación, nunca me he sentado con mi familia para decirles: “Oye mira mamá, papá, soy lesbiana”. Yo cuando he presentado a una pareja la he presentado tal cual, con su nombre y apellidos, y nunca he tenido ninguna barrera en mi entorno cercano. Igual en el mundo del deporte se vive de otra manera, porque en el balonmano femenino se veían parejas de chicas con total normalidad, pero yo no he notado ninguna discriminación”.
Irene cree que en la comunidad LGTBI+, las mujeres son más visibles que los hombres porque tienen menos reparos para hacerlo, sobre todo en el mundo del deporte. “Yo lo vivo con mucha naturalidad, nunca he notado rechazo, pero sí es cierto que hay muchas personas que siguen metidas en los armarios porque tienen miedo. De palabra somos muchos los que hablamos de diversidad, de respeto, pero a la hora de la verdad todavía existen muchísimos casos en los que esa visibilidad no es posible porque hay mucho rechazo a nivel familiar, laboral y social”, afirma.
En 2021, en plena pandemia, Irene y su mujer Carolina, adoptaron dos niñas, María que aún no tenía 2 años y Jessica, de tres y medio. La vida les cambió entonces un 200 por cien, asegura. “La educación es fundamental, ahí es donde tenemos que invertir todos los esfuerzos, en que nuestra sociedad futura va a ser lo que nosotros inculquemos a nuestros hijos, a nivel escolar, familiar, de pandillas, de grupos de padres”. “Nosotras desde el primer momento nos hemos presentado como la mamá y la mami, porque yo soy la mami, y si desde el primer momento vas con esa libertad y esa naturalidad, es lo que viven tus hijas, no hemos notado ningún rechazo -insiste-. Mi único objetivo es darle herramientas a mis hijas para que sean mujeres libres y con capacidad de decisión, inculcarles esos valores de respeto, de libertad, de constancia, de trabajo y eso va a hacer que nuestra sociedad sea plural para conseguir que todo lo que decimos de palabra al final sean hechos”.
A Irene los radicalismos no le convencen y sabe que la alianza feminismo-colectivo LGTBI+ roza a veces con los extremos. “El feminismo lo entiendo como igualdad de oportunidades según la validez, tanto sea chico o chica. Y los derechos que busca el colectivo LGTBI+ son una reivindicación porque durante mucho tiempo hemos estado escondidos, han matado por tu orientación sexual. Entonces, en los extremos radicales, tanto el feminismo como el movimiento LGTBI+ pierden un poco su razón de ser”, afirma.
Por eso encuentra muchas razones para seguir celebrando el Orgullo. “Hay muchas personas que se sienten con miedo a expresar su orientación sexual. A lo mejor nosotros lo vemos más normal en ciudades grandes, donde la visibilidad es muy común, pero aún me acuerdo cuando yo cogía a mi pareja de la mano todo el mundo me miraba. Y también es necesario por esas personas que están escondidas y como reclamo y memoria histórica de que no hace mucho no podíamos expresarnos con la libertad con la que nos expresamos. Es como una fiesta por conseguir lo que se está consiguiendo. Para mí el Orgullo no es solo un solo día, son todos los días del año. Me siento orgullosa de ser como soy y de expresar mi orientación sexual, pero como expreso mi día a día, diversidad, pluralidad que es lo que enriquece la vida”.
José Sánchez: “Fácil no es desde luego”
José Sánchez (Alcalá de Guadaíra, 1965), tampoco tuvo el menor problema por reconocer en casa su homosexualidad. “Prácticamente me di cuenta desde pequeño”, explica. “Quizá el mayor problema fue encontrarse a sí mismo y darte cuenta de que eres distinto a los demás, pero en casa no tuve ningún tipo de problema, he nacido en un seno familiar con mucho amor, y mucho cariño”, dice orgulloso.
Fue su principal obstáculo, aceptarse y tirar hacia adelante. “Yo lo hice bastante jovencito, sabía que tenía que luchar por mi felicidad. Dependía de mi ser más feliz o menos, y me he rodeado de gente que me han querido y me han aceptado. Y si no ha sido así, a alguno le he apartado de mi vida y punto”.
José era ceramista hasta que una miopía magna le llevó a afiliarse a la ONCE en 2003. Hace diez años que vive en Conil de la Frontera, de donde es su pareja, hoy ya marido, y desde hace 9 es vendedor de la ONCE en uno de los municipios más atractivos de la cosa gaditana. Nunca tuvo un problema digno de mención a lo largo de su trayectoria vital por su identidad sexual, ni en el colegio, ni en su entorno social o laboral. “Hombre, alguna ofensa hay -matiza-, pero no ha sido ningún trauma. Los insultos, dicen más de quien los emite, que el que los recibe”.
Pero sí cree que vivimos en un mundo homófobo. “Queda mucho todavía, en el día a día, en los comentarios que se escuchan -reconoce-. A mí la gente que me rodea son amigos, pero escuchas algunas cosas que demuestran que queda mucho por delante”. Por eso cree que hay razones para seguir celebrando el Orgullo. “Queda mucha batalla -subraya-. Mientras estén agrediendo a gente que se dé la mano por la calle porque a uno no le parece bien, o gente que se tenga que esconder, hay que seguir luchando”.
José también cree que la visibilidad del Colectivo LGTBI+ y el reconocimiento de sus derechos están sufriendo una clara regresión, pese al avance experimentado en las dos últimas décadas. “Hay que seguir porque además hay una regresión ahora mismo en la gente joven. Lo noto. Veo más tolerante a la gente mayor que la gente joven. La extrema derecha está haciendo un flaco favor a estos temas y eso se van notando un poco, hay muchos populismos”, lamenta.
“Lo único que le aconsejaría a quien dude de salir del armario es que la vida se vive solamente una vez -concluye-. Hay que intentar buscar tu felicidad, pensar que nadie te va a ayudar, que tienes que ser tú quien tome el timón de tu vida. Pero hace falta valentía claro. Para eso tienes que ponerte el mundo por montera y luchar contra muchas cosas, pero tienes que tirar para adelante. Fácil no es desde luego”.
Laura López: “¡Hay un gay hasta en la sopa!”
Laura López (Granada, 1990) ha tenido a la ONCE metida en su vida “desde siempre”. Creció rodeada de cupones por ser hija de un afiliado y vendedor, del que hoy es compañera de ventas en Campanillas (Málaga), y se incorporó a la plantilla en 2014. Hasta entonces toda su trayectoria laboral había transcurrido en el mundo de la hostelería, donde conoció a su mujer.
Tiene una escoliosis en la columna vertebral que le obligó a llevar corsé –“una armadura”, puntualiza desdramatizando-, pero nunca la discapacidad física le supuso un obstáculo. “Siempre he procurado llevar una vida normal, a mí no me ha limitado en nada. Hasta antes de la pandemia era portera de fútbol sala, no me he puesto límites nunca. Si me ha gustado algo lo he hecho”, aclara de entrada.
En su caso, descubrir su orientación sexual fue muy difícil y gracioso a la vez, según cuenta. “En mi casa no se hablaba de esto. La palabra gay no existía, si salían dos maricones en la tele mi madre cambiaba de canal. Hasta los 13 años pensaba que si dos mujeres se besaban una de ellas explotaba. ¡13 años eh! Yo eso lo veía imposible”. “Un día, en el Instituto -sigue contando-, me propusieron como mediadora en los centros escolares, hice unos cursos en Málaga y allí conocí a una chica que era lesbiana que empezó a tirarme los tejos. Yo obviamente no me daba cuenta de nada, porque claro yo no sabía que eso podía ser. Y mis amigas me decían: “¿Pero no ves que va detrás de ti?”. “Pero como va a ser si es una mujer”, decía yo. A mí no me entraba eso en la cabeza y así fue como al conocer a esa persona me di cuenta de que eso era posible y que me gustaba y eso es lo que quería para mi vida. Así entendí por qué me daban igual los tíos, porque realmente no me gustaba ninguno”, se ríe.
A Málaga se fue a vivir con cuatro años, hasta los 13 Laura era la típica niña que siempre jugaba con niños al fútbol. Pero al pasar del Instituto, con la separación de géneros, comenzó a hacer amigas. Dos años después tenía clara su orientación ante la vida. “La aceptación familiar fue mal, fatal -reconoce sin perder la sonrisa-. “Una noche cenando le dije a mi padre, “Mira papá a ti te gustan las tías y a mí también”, se lo dije así de claro. Pero mi madre no lo aceptó. A mi padre le dio igual, pero mi madre decía que no podía ser, que eso era mentira, que era una etapa, y tardó muchos años en aceptarlo, fue bastante duro porque siempre he estado muy enmadrada”. Con el paso de los años y una boda de por medio, en 2017, el ambiente en casa se relajó, entre la resignación y el respeto. En plena pandemia, el primer día tras el estado de alarma, Laura y Gema tuvieron su primer hijo, Máximo.
Laura asegura haber vivido muchos episodios –“muchísimos”- de los que avergonzarse. Como cuando un guarda de seguridad le pidió que no besara a su novia en la piscina porque había familias que se estaban quejando. Benalmádena, 2012. “Pero si todos los años tengo que ir a Hacienda a demostrar que el hijo es mío. La sociedad en parte está acostumbrada, pero los ordenadores todavía no saben reconocer la paternidad a una mujer. ¡Pues no lo llaméis paternidad! Voy a Hacienda y no me dan la ayuda de la mujer trabajadora, soy mujer, soy trabajadora y soy madre. ¿Pero tú eres la madre-madre? Si claro, soy la madre-madre, ¿qué madre quieres que sea? Esto es diario”.
López, que es agente de Igualdad en la ONCE de Málaga considera que las parejas de lesbianas lo tienen aún más complicado que las de gais. “Son dos problemas laborales. Estadísticamente por género la mujer tiene más problemas que el hombre en el ámbito laboral. Entonces, por lógica, si en una casa hay dos mujeres, son dos dificultades laborales. Si fueran dos hombres los dos tienen ventaja. Ese rechazo está ahí”.
A pesar de las dificultades, Laura considera que lo ha llevado bien, que salir del armario fue llevadero porque siempre ha intentado ser fiel a sí misma, aunque admite que la España de 2022 es más homófoba que la de hace solo unas décadas y se declara impotente ante cada agresión que conoce. “Últimamente estamos peor que hace diez años, se están viniendo arriba. Los movimientos políticos antes estaban calladitos, como que se avergonzaban de sí mismos; “No vayamos a decir maricón de mierda que nos apalean”. Y ahora se están viniendo arriba. Ahora lo dicen y creen que hay que decirlo así: “Es que es un maricón de mierda”. Se están volviendo a ver con fuerza”.
En su opinión, la clave de todo pasa por la educación y la sociedad. “Hay que dar visibilidad. Eso es muy importante para que todo el mundo lo vea normal, hasta la visibilidad más tonta. No se trata de meter un gay hasta en la sopa, es que hay un gay hasta en la sopa. Si es que realmente es así la vida. A medida que se le vaya dando visibilidad en todos los aspectos dejará de parecernos algo raro o interesante como me dicen a mí. Si el anuncio de Nivea a partir de ahora lo hacen dos madres con un hijo o el del cupón van dos chicos de la mano a comprarlo, en vez del viejecito con el cuidador, esos pequeños detalles hacen que dentro de 10 o 15 años, nuestros hijos crezcan en una sociedad más inclusiva y diversa”.
El desfile de Torremolinos del próximo 4 de junio será el primero que abra el mes del Orgullo en toda España que concluirá, como es tradición, con la celebración del Orgullo de Madrid el 2 de julio, día en el que la ONCE dedica su sorteo a reivindicar los derechos y la visibilidad del Colectivo LGTBI+. En esta ocasión, tendrá como protagonista al 30 Aniversario de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans, Bisexuales, Intersexuales y más ’30 años de Lucha, Derechos y Resiliencia’.
Luis Gresa Pérez. ONCE Andalucía.