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BLUE NOTE

Zaida Sánchez Terrer. Biblioteca María Moliner. Universidad de Murcia.

“El término “blue note” se refiere a una nota que se toca o se canta a una altura ligeramente más baja que la nota correspondiente de la escala mayor. Estas notas suelen ser la tercera, la quinta y la séptima de una escala y son utilizadas principalmente en el jazz y en la música blues para transmitir una sensación de tristeza o melancolía.”

(Dedicado a la Asociación Pasaje Begoña, a Pia Beck y Marga Samsonowski, y a todas las personas LGTBI que han sufrido y sufren represión y discriminación)


Pia remoloneaba en la cama, eran ya las diez y no tenía ganas de levantarse. Su vida era muy diferente desde que había vendido el Blue Note. Entonces las noches eran largas. Se preguntaba en esos años cuánto podría aguantar ese ritmo frenético que imponía la velada nocturna diaria desde que abrieron el local, cada noche. Estar pendiente de todo, de las compras, de los camareros, de los amigos. Lo de menos era la partitura. Sus dedos corrían libres por el piano, sabedores de matices, en esa intimidad que el instrumento proporciona al intérprete, aunque esté delante de otras personas. Tocar, pensaba ella a veces, era como acariciar una piel, un acto de amor. Marga le decía muchos días:

-Si actuaras antes podrías acostarte más temprano, en el fondo eres una trasnochadora. Yo puedo ocuparme de cerrar.

-Y yo de madrugar y de llevar a los niños al colegio. Pues nooo, ja-ja, eso es lo que tú quieres.

-Algún día, al menos, Becky, alguno solo. Podrías delegar. Fiarte de mí.

-Si yo me fío, de quien no me fío es de mi despertador. Liefje, ven. –Y Pia la arrastraba hacia las sábanas mientras Marga riendo intentaba desasirse de su abrazo. Pia era grande y fuerte, una gigante rubia. Sus manos tenían esa consistencia de la tierra que sostiene sin resbalar, aunque en el piano bailaban libres, como si no estuvieran sujetas a ningún límite.

-Me enamoré de ti desde el primer minuto, Marga Samsonowski, y quiero a tus tres hijos, pero de momento lo del colegio es cosa tuya. Y lo otro, cosa mía.

El Pasaje Begoña, donde estaba el Blue Note, se encontraba muy cerca de donde vivían desde que llegaron a Torremolinos, a solo unos minutos en coche. Cuando Pia cerraba el local, la madrugada la esperaba intacta y era el rato de su cigarro lento de camino al coche. El rumor de sus pasos sobre los adoquines, los sonidos del puerto, las toses de algún sereno y el eco de las escalas de jazz, todavía resonando en su memoria, la acompañaban en el trayecto. Esa rutina sonora era su despedida del día, una especie de abrazo a la extranjera que todavía vivía en ella. Se acordaba entonces de su primera casa en la Haya, cerca del puerto de Scheveningen. Vivir cerca del agua era una necesidad. Una especie de pacto con la vida. Necesitaba esa visión cambiante de lo líquido, del color, la ambición mutable del mar y su posibilidad de calma o de tormenta, como le pasaba a ella. La noche era ese rato de distancia necesaria. Recordaba a su madre y sus primeras lecciones de piano. A los cuatro años tocaba el acordeón y a los seis ejecutaba piezas al piano de forma virtuosa. La música siempre como refugio y como una manera de estar en el mundo. Y así lo seguía siendo. Marga, los niños, los amigos, su clan en España, lo eran todo, pero nada de ello podría concebirlo sin la música.

Esa mañana Pia se encontraba sola en el apartamento. Le gustaban esos ratos tranquilos, sin Marga y los niños, y el trasiego de personas que solía haber cada día. Ron se acercó y se subió a su lado, recostando su gran cabeza de mastín atigrado sobre sus caderas, buscando la caricia. La estancia de su habitación era espaciosa, como toda la casa. Habían elegido colores cálidos para las telas, verdes menta, motivos vegetales sobre tonos crudos, rosados leves, tonos tierra y pastel que combinaban bien con la madera de los muebles, ninguno aparatoso. A Marga le gustaban los rincones, y en cada uno de ellos había dispuesto un motivo distinto, un revistero, una pequeña mesa auxiliar, sillones bajos con reposapiés, alfombras confortables, grandes lámparas claras que colgaban como nubes ligeras sin agobiar la vista, de tal forma que el lugar, en su despliegue de espacios habitables, invitaba a pararse y disfrutarlo.

A Pia le apetecía recordar. A veces necesitaba visualizar en su mente el recorrido que las trajo desde Holanda. Desde que se conocieron, disfrutar fue el verbo elegido por ambas para instalar sus vidas, Disfrutar en el sentido de gozar, de saborear, no tanto en el de poseer o divertirse. Y Torremolinos era el marco perfecto, una especie de paraíso terrenal en la España de los sesenta. Una especie de Montmartre a orillas del Mediterráneo donde el tiempo enlazaba el existencialismo con el surrealismo, la música de jazz con ritmos africanos, donde era posible un abrazo de culturas casi imposible en el resto de un país atravesado por la moralidad que imponía la dictadura y la religión. Allí todo cabía, y ellas también. Ella ya era una pianista reconocida cuando decidieron que ese sería el lugar para empezar su nueva vida en 1965. Tenía cuarenta años cuando llegaron y se instalaron unos días en el mítico hotel Pez Espada, hasta poder ocupar la casa que tenían apalabrada en el barrio de Churriana. Era un hotel distinto, adelantado a su época, con su espectacular suelo blanco y negro y las columnas de falso mármol de formas casi acuáticas. Escaleras elegantes, pinturas murales, bodegones cubistas y accesorios de estilo. Todo en él rezumaba cambio y apertura de miras, como ese mar azul intenso que se abría a los pies de sus cimientos, regalando la vista a sus ocupantes. Por él pasaron Kirk Douglas, Sofía Loren, Brigitte Bardot, Orson Welles, Ava Gardner, Anthony Quinn y Frank Sinatra, entre otros muchos.

Aquellos primeros días fueron de pura diversión y contento. Los niños excitados correteaban por los pasillos del hotel y los exteriores mientras ellas, tumbadas al sol en la piscina, apuraban sus martinis emocionadas ante un cambio que revolucionaría por completo sus vidas. La idea del Blue Note bullía en sus cabezas desde hacía meses, de forma que los contactos ya estaban iniciados y el trato sobre el local prácticamente hecho, a falta de ultimar unos pocos detalles. Sería en el Pasaje Begoña, esa milla de libertad única en el mundo. Pia recordaría siempre la primera vez que tocó allí, la noche de la inauguración.

El local estaba a rebosar. Apostados en la barra, alrededor del piano, amigos y conocidos expectantes, con sus vasos de tubo y sus cócteles, ellos con sus chaquetas de cuadros con pajaritas o elegantes trajes oscuros, ellas enfundadas en vestidos de tules y fantasía de escotes cruzados y sin manga, las cinturas ceñidas, las melenas rubias o los moños altos, tacones de aguja y bolsos pequeños, brillos y destellos en las cortinas plateadas del escenario, glamur de noche. Había mucha ilusión con su apertura; se ampliaba así el elenco de bares y discotecas de ambiente gay establecidos previamente en la zona como Tony’s, o Le Fiacre, en cuya jaula bailaban chicas y bailarines homosexuales. A la lista se sumaban Düsseldorf, Evans, El Fauno, Incógnito, el Oso Blanco o el ¿Pourquoi Pas?, el primer local lésbico en territorio español.

El día de la inauguración, Pia, sentada al piano, vestida con traje pantalón negro de dos piezas, miraba a Marga cuando esta le hizo un gesto con la cabeza, apuntando en dirección a la puerta del local. Acababa de entrar su exmarido y antiguo buen amigo de Pia. Pete Felleman era un célebre locutor de radio que había intimado mucho con la pianista después de varios programas en los que había participado. Cuando ellas se conocieron, a través de él, el matrimonio ya tenía dos hijos y Marga estaba embarazada del tercero, y la relación no pasaba por su mejor momento.

Esa noche no lo esperaban por allí ya que, a pesar de haber hablado con sus hijos el día anterior, no les dijo nada sobre su inminente llegada a España. Sin duda era un golpe de efecto. Las cosas se habían complicado con la apertura del local que, en principio, había sido un proyecto de Pia y Pete, esbozado en sus noches de cenas y copas, cuando todavía su amistad circulaba por los canales de Ámsterdam. Ambos se cruzaron una mirada que encontró recorrido entre cuerpos y cabezas, desde la puerta hasta el piano, directa y firme. Una mirada que hablaba sin palabras. Pero qué haces tú aquí, lo interrogaba ella. Lo que me da la gana, la idea es mía, y Marga también, parecía decir él. Eso es lo que tú crees, y así te ha ido porque Marga no es mía, ni tuya ni de nadie. Pero Pete ya avanzaba seguro hacia la barra, en dirección a la que fue su mujer, zanjando el silencioso intercambio.

Pia saludó al público, más alterada de lo que hubiera deseado. Cuando tocaba el piano no quería que nada se interpusiera entre las notas y su interpretación. De buena gana se hubiera dirigido hacia ellos porque imaginaba que Marga estaría muy incómoda. Ya había sucedido antes, cuando Pete lo supo.

Perdía los papeles y la culpaba de lo que había pasado, utilizando a sus hijoscomo moneda de cambio. No te das cuenta de lo que les haces, les quitas a su padre, no se puede vivir sin padre. Yo no les quito a nadie, solo te quito a ti de mi vida, no de la de ellos, eres su padre y si quieres siempre lo serás. Pero Pete no aceptaba la nueva situación y venía con frecuencia a España, sin avisar, con la excusa de ver a sus hijos, pero, en el fondo, con el ánimo de desconcertar a Marga, pues sabía que todavía tenía peso en ella. La alcanzó y la tomó del brazo con firmeza.

-Vamos al reservado, tenemos que hablar.

-Pete, por favor, ¿no puedes esperar un poco? Es la primera actuación de Pia, no me la quiero perder.

-Tienes toda la vida para no perdértela, no me vengas con gilipolleces, Marga. Vamos- le dijo, mientras la arrastraba tras él entre la gente hasta llegar a la zona privada.

-No puedes estar aquí, este lugar es nuestro, Pete. Esto no es bueno para nosotras y tampoco para ti. Deja el tema a los abogados, no nos hagamos más daño.

-¿Hagamos? Ese plural seguramente te sirve para aliviar la culpa. Yo no te he hecho daño alguno en tu vida, no sé cómo tienes cara de decirme eso. Te he tratado siempre como a una reina, Margi, siempre -Pete se inclinó sobre ella hasta rozar su aliento.

-Por favor, no me llames así -le pidió ella sosteniéndole la mirada-. No te deseo ningún mal. Vive tu vida y déjanos con la nuestra. Ya no… -no pudo terminar porque él se le acercó un poco más mientras la apretaba contra su cuerpo y la besaba con fuerza, como si con su lengua pudiera hacerla descender a algún tipo de infierno compartido-… Pero ¿qué haces, hombre?, que me sueltes -le gritó Marga mientras conseguía desasirse de su sujeción. Pete se quedó inmóvil y arrancó a sollozar mientras golpeaba, rítmicamente, con los puños, el espacio vacío de pared frente a él, como un autómata rabioso.

-No puedo, no puedo aceptarlo, no quiero que la quieras.

-Pero la quiero. Es un hecho, ya está. No hay nada que tú o yo podamoshacer. Déjanos vivir. Y esto, que no vuelva a pasar.

De fondo se escuchaba September in the rain desde el piano, cuando Pete dio media vuelta saliendo apresuradamente en dirección a la barra. Marga lo siguió y, en cuanto alcanzó la mirada de Pia, le hizo un gesto de tranquilidad con la mano, sin poder evitar que se diera cuenta de su turbación. Pia había estado pendiente todo el rato de aquella puerta. No temía a Pete y confiaba en la firmeza de Marga para pararle los pies, pero imaginaba una escena desagradable, tal y como luego pudo confirmar cuando Marga le contó lo sucedido.

-Entiendo que esté así, ¿cómo no lo voy a entender? – le confesaba Pia ya en la intimidad de su dormitorio.

-Pia, pero tocarme no, eso no se lo aguanto. ¿A cuento de qué ahora ese beso? Cuando estábamos juntos ya no me daba ninguno en los últimos meses. Si parecía que solo le importabas tú -sostuvo Marga-. Salíais sin parar todas las noches, casi siempre solos.

-Éramos buenos amigos y él me contaba sus cosas. Yo estaba pendiente de sus negocios, más que vosotros. Ese descuido suyo me hizo fijarme en ti. No podía entender que no te hiciera el menor caso.

-Pero si te fijaste nada más verme, en el minuto uno. Recuerdo que pensé que Pete se sentiría incómodo. Me mirabas y me mirabas hasta el punto de que me ruboricé un poco. Me impactaste.

-De eso se trataba –dijo Pia mientras la besaba en la oreja.

-Y así sigo –dijo Marga, acurrucándose en el amplio hueco de su cuerpo, impactada.

Pia levantó la vista hacia el ventanal mientras Ron se removía pues alguien había tocado el timbre sacándola de sus cavilaciones. Se le había ido por completo el santo al cielo. Se puso una bata ligera y bajó a abrir. Era Ramón, el dueño del recién inaugurado bar Gogó, muy cercano al que era el Blue Note y actualmente la discoteca Piper’s, en el mismo pasaje Begoña.

-Buenos días Pia- saludó, visiblemente alterado y nervioso.

-Hola Ramón, qué sorpresa verte a la luz del día. Pasa hombre, pasa, vamos a tomarnos un café que aún no he desayunado. ¿Qué te cuentas?

-Pia, tengo noticias nada buenas, se viene algo muy gordo, lo sé de buena tinta.
-¿Algo muy gordo? Pero ¿y eso?, no me asustes, venga, siéntate y respira que te falta el aire. Cuéntame.

-Me lo ha dicho una amiga que es mujer de un comisario de policía en Málaga. Tienen prevista una redada en el Pasaje Begoña para dentro de unos días.

-¿Una redada? Pero si aquí llevan tiempo dejándoos tranquilos, esto es la pequeña Nueva York, ya sabes, si hasta van las mujeres de los policías algunas noches… Es verdad que a veces se ha hecho alguna detención, pero yo creo que más bien para cumplir de cara a la galería, nada serio.

-Que sí, tienes razón, pero algo ha debido pasar, el cambio de gobernador, lo más probable, ya sabes que el anterior hacía la vista gorda con tanta divisa extranjera por aquí, y el cura Paco que siempre nos ha protegido, pero este Victor Arroyo es del Opus. Se ha terminado Pia. Se nos acabó, y yo que acabo de empezar, que no llevo ni un mes…

-A ver Ramón, a lo mejor es un falso rumor, no será para tanto, es que no puedo creerlo. Torremolinos es punto y aparte, tenemos cierta libertad, no nos metemos con nadie y la gente disfruta en esos locales, no podría entenderlo. Me preocupas, claro. Estaremos un poco al tanto estos días por si escuchamos algo, yo también tengo conocidos en la policía y puedo preguntar.

-Lleva cuidado Pia y se discreta por favor, no quiero que me nombres ni tampoco a la fuente que te he comentado. No quiero represalias.

-Tranquilo Ramón, no habrá problema -lo tranquilizó Pia mientras él se marchaba tan nervioso como cuando llegó.

Ninguno de los dos podía imaginar que lo que Ramón le contó se haría realidad solo unos pocos días después, cuando varios policías armados con metralletas, a la entrada y salida del Pasaje Begoña, se llevarían a camareros, a los dueños de los bares y a todos los clientes, sacados por la fuerza de sus locales a empujones. Y que el mismo Ramón, encerrado con varias personas en su bar, con la puerta cerrada y en completo silencio, vería, a través de un resquicio en la ventana, cómo pasaban por delante tantas personas como para llenar tres autobuses enteros con detenidos.

Pía volvió a la cocina para terminar el desayuno. En realidad no le extrañaba tanto lo que Ramón le había dicho, pero no había querido preocuparlo.

Era verdad que de un tiempo a esta parte no paraban de surgir artículos en prensa, cartas y denuncias de lo que pasaba en el Pasaje Begoña, acusando a los dueños de los locales de haber creado una especie de Sodoma y Gomorra, unos antros de perversión donde se exhibía una libertad inusitada para la época que había que prohibir de inmediato; tales eran las palabras por parte de periodistas, políticos o religiosos.

Qué daño hacían esas leyes de Vagos y Maleantes y Peligrosidad Social, pensaba Pia. Algunos amigos policías le habían contado el contenido de los expedientes de las detenciones de homosexuales, refiriéndose a la homosexualidad como «repugnante porquería», «que ofende al pudor», «contra natura», «perversión sexual», «desviaciones lúbricas», «inmorales aberraciones», «lubricidades repugnantes” entre otros términos. A ella, que toda su vida había vivido sin esconder que era lesbiana, le resultaba indignante y doloroso.

Cuando estaba terminando el último trago de café llegó Marga del mercado, luminosa y radiante, como siempre le parecía a Pia cuando la miraba.

-He traído pescado para hacer un asado de los que te gustan.

-Anda ven, que te cuente. Ha estado aquí Ramón. Parece ser que se rumorea que van a hacer una redada en el Pasaje Begoña, por fin van a cortarnos las alas esos desgraciados. Menos mal que ya no estamos en el Blue Note, qué duro hubiera sido Marga. Espero de verdad que nunca ocurra.

Marga la abrazó por detrás mientras suspiraba. Tantos amigos, dueños de locales, clientes, camareros, bailarines, personas queridas. Pensaba en todos ellos, en ellas mismas.

-¿Qué especie de condena pesa sobre las personas que, sin hacer daño a nadie, vivimos, amamos o disfrutamos con quiénes queramos? ¡Qué manera de negarnos la existencia, la dignidad y nuestros derechos solo por ser diversas! ¿Acaso alguien puede decidir qué es ser normal? ¿Y tenemos que ser normales en ese caso? -Marga hablaba enfadada y desplegando toda la rabia contenida en años de comentarios a sus espaldas en el barrio o en el colegio de los niños por ser una familia formada por dos mujeres.

Pia se levantó y sosteniéndole la cara entre ambas manos le acarició los labios despacio con los suyos.

-Sabes lo que te digo Marga Samsonowski: ¡que les den!

El 24 de junio de 1971, se produjo la gran redada en el Pasaje Begoña, donde fueron detenidas unas trescientas personas. La misión terminó de madrugada y en ella intervinieron numerosos efectivos de policía nacional y municipal. Cientos de unidades, con sus guerreras grises, correajes de cuero negro y fusiles CETME. Era el fin de un paraíso, de un tiempo de libertad. Los detenidos no corrieron la misma suerte. Los extranjeros fueron deportados y otros liberados previo pago de multa. La prensa internacional se hizo eco del trato vejatorio sufrido por numerosos turistas extranjeros. A los españoles los detuvieron y fueron llevados a la comisaría de Málaga y otras dependencias.

No quedó ningún bar gay abierto en el Pasaje Begoña ni en todo Torremolinos.

(La personas que aparecen en este relato son reales, así como el dato histórico de la Redada en 1971, pero el resto de las situaciones y hechos contenidos en él son pura ficción.)